Quería traeros una
experiencia personal. Comencé a estudiar psicoanálisis porque había
una persona muy cercana a mí que padecía psíquicamente de síntomas
que le impedían relacionarse y vivir una vida satisfactoria. Cuando
me dijeron que también a parte de estudiar, yo tendría que estar en
mi análisis personal me entró mucho miedo y estuve meses dándole
vueltas, dándole forma a esa decisión. Lo primero que pensé fue
pero si yo estoy muy bien ¿para qué voy a psicoanalizarme?En el
fondo tenía mucho miedo de transformar cosas en mí que sabía que
tampoco me hacían felices y que no entendía. Fue una experiencia
para mí impactante porque el hecho de poder hablar en voz alta todo
lo que se me pasaba por la cabeza me produjo tal liberación, un
conocimiento de mí misma , una transformación a lo largo de estos
años muy importante. Me he dado cuenta que estamos ciegos a
nosotros mismos y que hay cosas que me pasaban en mis relaciones que
se me repetían una y otra vez y me hacían sentir mal y perdida.
Yo sufrí de dependencia
emocional, ahora lo sé, pero en ese momento estaba ciega, no me daba
cuenta de nada. Vivía en mi burbuja particular, ajena al mundo,
creyéndome que todos los demás se equivocaban. Entre mis síntomas,
ahora lo puedo decir, estaban la ausencia total de límites y
problemas morales: lo que está bien, lo que está mal. Con tal de
sentirme amada era capaz de cualquier cosa. No me regía ningún
principio, solamente el de las exigencias del “amor”, que en
realidad deberíamos llamarlo “enamoramiento”, que es como una
locura mental transitoria. Dejé de mirar por mí, porque me sentía
egoísta si lo hacía. Cuando en realidad, el mirar por ti, es mirar
por la relación misma y por muchas otras personas, porque una vida
sostiene a más de diez, somos una cadena. Detuve mi crecimiento
personal y laboral porque me sentía culpable si yo estaba feliz y
realizada. La otra persona que siempre estaba mal y encima
exigiéndome renuncias, yo creía que estaba en mi obligación como
ser humano (un pensamiento muy cristiano) estar ahí ayundándole
cuando en realidad lo que estaba era ahogándome, yo ponía mi otra
mejilla y me golpeaba, vaya si me golpeaba, simbólicamente hablando.
Ahora aprendí que nadie se salva si no se quiere salvar y que una
persona no puede hacer de terapeuta de otra sin marcar unas pautas en
las que uno hace de profesional y otro de paciente (uno recibe el
pago por su trabajo y el otro paga), así se evita que se vuelva una
relación “loca” de que tú me debes, yo hice por ti, tú tienes
la obligación de ayudarme porque estás conmigo..
Pero no es sino
transformándose uno mismo que evita tener este tipo de relaciones
porque una relación de “dependencia” emocional remite a la etapa
de dependencia infantil con nuestra función madre que era tan vital
y necesaria para que no muriéramos. Digamos que a veces una madre
sobreprotectora que nos hace muy dependientes de ella o incluso no
haber resuelto de una manera adecuada el Complejo de Edipo (el pasaje
que nos hace pasar de la relación única con la madre al mundo por
la llegada del tercero, o la ley, el Nombre del Padre) provoca que
nuestras relaciones en la etapa adulta sigan siendo una relación
infantil con nuestra madre. Esa es la raíz de la dependencia
emocional. No es que seas más bueno/a, o un/a santa, o un cacho de
pan, eres un pequeño/a niñ/a en los brazos de tu madre queriendo
hacer con esa relación o relaciones lo mismo. A veces también uno
hace de madre tapando bocas demandantes. Te sometes porque a la vez
también sometes al otro para que todo sea inamovible y para
siempre, vamos, una ilusión condenada a la hostilidad.
Un delirio que no puede
llegar a ninguna parte, solamente a la enfermedad, a la
insatisfacción y la culpa. Si yo pude, tú también puedes. Con
psicoanálisis tus relaciones estarán en el orden del amor, de los
límites, de los pactos, y del deseo.
Laura López Psicoanalista
Grupo Cero
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